sábado, 24 de diciembre de 2011

domingo, 18 de diciembre de 2011

Brighton Pier

De los tres característicos muelles de recreo que se alzaban en la costa de Brighton sólo queda éste, el ahora conocido como Brighton Pier. En la época de su construcción original, allá por 1823, era una estructura mucho más rudimentaria, un sencillo embarcadero al que arribaban los barcos de pasajeros procedentes de la localidad francesa de Dieppe.
El caso es que vecinos y veraneantes se aficionaron a pasear por el muelle, y sus gestores, viendo el filón que suponía, empezaron a cobrar entrada.
Fue sólo cuestión de tiempo que las pitonisas y los siluetistas se instalasen en la zona buscando hacer negocio.
Las continuas tormentas que azotaban la costa terminaron destruyendo el muelle casi por completo, lo que obligó a una remodelación total que dio lugar al muelle que conocemos ahora.



En 1899 se abrió al público un verdadero palacio, una suntuosa estructura que se adentraba más de medio kilómetro en el mar.

Lo bautizaron The Brighton Marine Palace, y la noche de su inauguración, con el encendido de tres mil bombillas, supuso todo un acontecimiento en la ciudad.



Al principio en la cúpula central se tocaba música en directo y pocos años después se convirtió en un teatro.

Aunque el lugar ha cambiado mucho desde entonces, no cuesta nada imaginarse a las damas elegantes y los caballeros londinenses dejándose ver en el paseo.



En la actualidad, lo que abunda son los turistas, el ruido de las maquinitas y las tiendas de souvenirs horteras. Ver la montaña rusa, el guitar hero o el toro mecánico en un entorno tan bonito, da un poco de pena.


Eso sí, hay que admitir que el Brighton Pier tiene un mantenimiento impecable, se pinta todos los años, por la noche lo iluminan sesenta y siete mil bombillas y en él trabajan nada menos que quinientos empleados.

Francamente, merece la pena visitarlo, sentarse en un banco con un buen libro y comer en el fish & chips.

A mí es que siempre me han gustado estos sitios con el equilibrio perfecto entre lo elegante y lo kitch, como el Monte Igueldo de San Sebastián o Coney Island en Nueva York.


Y no debo ser la única, porque hay quien elige el pier para celebrar su boda...


jueves, 8 de diciembre de 2011

Tintín en mi salón

Hace poco, callejeando por Malasaña sin rumbo fijo, que es como se descubren casi todas las cosas interesantes, me tropecé con la librería The cómic co.Bueno, para ser sincera, la tienda la encontró mi compañero de piso, gracias a su capacidad para detectar cualquier artículo de Tintín a la venta en un radio de aproximadamente 100 km. Es una rara habilidad que sólo poseen los niños nacidos en Bélgica.


El caso es que enseguida nos encaprichamos de estos cuadritos de Tintín de aspecto retro; y más aún cuando el propietario nos explicó que se trataba de una edición limitada y numerada hecha a partir de cinco planchas originales de Hergé.


El resultado son estas litografías de 35 x 35 cm, en tinta china, aguada y acuarela sobre papel de dibujo.
El dilema era cúal de las cinco llevarse a casa. Al final me decidí por esta viñeta que pertenece al noveno volumen de la colección: "El Cangrejo de las pinzas de Oro".

Apareció publicada por primera vez en el suplemento "Le Soir Jeunesse", el 28 de noviembre de 1940.


Y ahora, siete décadas después, entra a formar parte de la colección Fernández-Heres.

Si quieres tener tu propio Tintín en el salón, puedes encontrarlo en:

The Cómic Co.

C/Divino Pastor, 17-Madrid

jueves, 1 de diciembre de 2011

High Line Park, un paseo cerca del cielo

Una de esas tardes tontas de Domingo, hará ya dos años, estaba yo viendo un reportaje sobre Manhattan en el canal Viajar cuando comenzaron a hablar de un lugar llamado High Line Park.
Me pareció raro que se me hubiese pasado por alto algo así la primera vez que estuve en Nueva York, pero más tarde me di cuenta de que se había inaugurado justo un año después de mi viaje, así que era normal que no me sonase de nada.
No obstante, tomé buena nota en mi agenda por si alguna vez volvía a la Gran Manzana, cosa que tuve la suerte de hacer mucho antes de lo que esperaba.

Así, por fin, este verano yo también pude recorrer el High Line Park, una senda elevada que trascurre entre las avenidas 10ª y 11ª.



Comienza en Gansevoort Street (la calle donde estaba el Restaurante Florent) y termina en la calle 30, de momento... porque hay una nueva fase en proceso, que llegará hasta la calle 34.




Lo mejor del High Line Park son, sin duda, las vistas. Es como uno de esos autobuses turísticos que te van mostrando la ciudad desde lo alto y, como en el autobús, tú puedes elegir donde te paras, porque hay varias escaleras y ascensores que bajan a la calle a lo largo del recorrido.




Pero además de eso, es un lugar donde no están permitidas las bicis, los patines ni el humo, lo que lo convierte en un remanso de paz donde disfrutar de los gorriones que se posan en estos comederos que parecen esculturas vanguardistas,


pasear, tomar el sol o leer. Parece mentira que el tráfico y las prisas de la metrópolis estén sólo unos metros por debajo de nuestros pies.



Una de las cosas que más me gustan de este parque es la vegetación, formada por plantas y flores autóctonas distribuidas de tal forma que parecen haber brotado allí de forma natural, sin orden ni concierto.

Por su configuración, ya habreis caido en la cuenta de que High Line Park ha sido construido sobre una vía de tren,


concretamente sobre un paso elevado de acero de la década de los 30 y que llevaba ya abandonado 20 años. De hecho todavía se puede ver algunos trozos de rail entre las flores.


No os creais que siempre estuvo así de cuidado; hace apenas diez años presentaba un aspecto más o menos como éste, oxidado y lleno de maleza.

Seguramente así habría continuado de no ser por el proyecto de Joel Sternfeld, al que pertenece la foto de abajo. Las imágenes de la vía abandonada atrajeron la atención de los neoyorkinos hacia este espacio y comenzó a perfilarse la idea de aprovecharlo para crear una zona verde.

En 2003, el proyecto de rehabilitación salió a concurso y los elegidos para realizarlo fueron James Corner Field Operations y Diller Scofidio+Renfro.


Ya conoceis el resto de la historia, un ejemplo de como con grandes dosis de imaginación y esfuerzo, se puede crear algo bello y útil a partir de algo feo e inservible.


No puedo evitar comparar este caso con el del soterramiento de las vías ferroviarias de Avilés, del que llevo oyendo hablar desde que iba al colegio. En vez de lamentarnos sobre lo que nos falta, no estaría mal que intentásemos sacar partido de lo que tenemos ¿no os parece?


Si la vida te da limones, haz limonada.