Tengo que admitirlo, entre mis virtudes no se cuenta el sentido de la medida...
Si en un restaurante me ponen un plato gigantesco, me lo tengo que comer entero; si me prestas una temporada de mi serie favorita me la veo del tirón en vez de dosificar un capítulo cada día.
Por eso los grandes museos, como el Louvre o el Metropolitan, aunque me gustan mucho, no son lo mío, me ponen un poco nerviosa...
Es que me empeño en ver y asimilar el contenido de cada una de sus salas aunque de sobra sepa que es imposible hacerlo en un solo día.
Es una lástima que muchas veces los pequeños museos de Madrid pasen desapercibidos, cuando son joyitas que encierran tesoros dignos de ver.
Museos de gran valor como el de Sorolla, Cerralbo o el Lázaro Galdiano son casi desconocidos tanto para madrileños como para visitantes.
Yo misma ni había oído hablar del Museo del Romanticismo hasta que reabrió hace tres años tras ocho de reformas.
Me gustó tanto lo que leí sobre él que me fui derecha a visitarlo en cuanto tuve ocasión, y durante estos tres años, he repetido varias veces para enseñárselo a mis compañeros de viaje o simplemente aprovechando la entrada gratuita de los sábados por la tarde.
Está situado muy cerquita de la calle Fuencarral, en un palacio neoclásico construido en 1776 y allí habitaron varias familias hasta que se convirtió en museo por iniciativa de Benigno Vega-Inclán en 1924.
El Museo del Romanticismo cuenta con interesantes colecciones de joyas, porcelana juguetes y pinturas de maestros como Goya, Madrazo o Luis de Ribera.
Pero lo que más me gusta es que parece un verdadero hogar de mediados del siglo XIX con todo su mobiliario y detalles de la época.
A la entrada uno no sabe si presentar el ticket o una docena de pasteles, es como si estuvieses invitado a merendar en casa del mismísimo Larra.
Y realmente te puedes hacer una idea bastante aproximada de como vivía y cuales eran los gustos de una familia madrileña acomodada en aquellos tiempos.
Hombres, mujeres y niños tenían sus propios dominios, mezclándose sólo en ocasiones, pero reservando su propio espacio y por supuesto su dormitorio privado.
Sala de fumar, de juegos y despacho para los hombres; salitas de estar, cuartos de labores y boudoirs para las mujeres. Y cuarto de juegos para los hijos, que seguramente pasaban bastante tiempo fuera de la vista de sus padres, al cuidado de nodrizas y nanies.
Aparte del casino, las visitas y alguna noche en el teatro, se hacía poca social fuera de casa, así que un gran comedor, un salón de baile y hasta una capilla eran piezas fundamentales en estos palacetes.
Aquí termino mi visita de hoy al Museo del Romanticismo, esperando haberos dejado con ganas de más y que, los aún no lo habeis hecho, acudais a conocerlo cualquier día de estos.
Además de la colección permanente, el museo ofrece exposiciones temporales, biblioteca, juegos interactivos y una tienda de regalos interesante, donde entre otras cosas, puedes comprarte la Guía Breve del Museo por solo un par de euros.
MUSEO DEL ROMANTICISMO
C/San Mateo, 13
Madrid
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