sábado, 28 de abril de 2018

Adiós al Germán

Buenos días, matrimonio. El menú de hoy, si es de su agrado:
Como primer plato la ensaladilla rusa, buque insignia de la casa, los champiñones rellenos o las croquetas caseras de jamón con bechamel muy suave.
De segundo el filete de ternera tiernísima, mantequilla, calidad garantizada; la carne gobernada, bien gobernada, no como nuestro país en estos momentos o la bacalada fresca recién traída de la rula de Avilés,  manjar digno de Neptuno y las sirenas.
Con este elocuente discurso u otro semejante fruto de la inspiración del momento nos recibía Germán Blanco hasta hoy en su establecimiento de la calle Emile Robin, frente al parque el Muelle, un clásico de esta villa de Pedro Menéndez de los que ya no quedan.
El Germán, fundado en 1935, justo el año que nacieron mis padres, está íntimamente unido a la historia de Avilés y también en cierto modo a la de mi familia, ya que fue testigo semanal del largo noviazgo de mis progenitores allá por los años sesenta. Era entonces un local con solera donde tomarse una compuesta acompañada de sus famosas gambas a la gabardina o un buen sandwich vegetal.
Quiso el azar que muchos años después su hija menor, ya emancipada empezase a frecuentar la casa. Cuántos domingos mi compañero de piso y yo hemos abierto la nevera y nos hemos quedado pensativos mirando al blanco y frío vacío hasta que uno de los dos proponía ¿y si comemos en el Germán?
Comer en el Germán era como ir a casa de mamá: los platos caseros del menú se repetían cada semana sin apenas variación, al igual que los parroquianos que casi nos doblaban la edad, siempre las mismas caras; la decoración de puro antiguo era moderna, no pocas veces la fotografié para mi perfil de Instagram;
la mesa siempre bien servida con mantel blanco, servilleta de tela y esa vajilla personalizada que me volvía loca, tentada estuve más de una vez de meterme un plato de postre en el bolso y llevármelo de recuerdo. ¡Que conste que nunca lo hice!
¿Ver mundo y probar platos exóticos...? Nada me gusta más en esta vida. Pero al menos una vez al mes ese Domingo en Avilés comme il  faut  no tiene precio:  Misa en San Nicolás de Bari, vermut en Cantina Renfe, comida en el Germán y siesta de sofá.
Gracias, familia, por todos estos años. Avilés os echará de menos.

lunes, 16 de abril de 2018

Cristina Oria

Aunque de jovencita rara vez me arriesgaba más arriba del Retiro, en los últimos años le estoy cogiendo el gusto al barrio de Salamanca. Conforme me adentro inexorablemente en la cuarentena las aceras anchas, las calles arboladas, las tiendas exclusivas y los restaurantes finos cada vez ganan más enteros a mis ojos. Supongo que es ley de vida.
El caso es que el nombre de Cristina Oria me era familiar y lo había visto más de una vez en publicaciones especializadas. Lleva en el sector de la restauración desde 2009 y su servicio de catering es archiconocido. A esta empresaria, formada en la prestigiosa escuela parisina Le Cordon Bleu, le viene de familia la iniciativa empresarial, ya que sus padres fueron los fundadores de las ya desaparecidas tiendas "Musgo" allá por los años setenta.
 
Lo que aún no conocía era su soberbio establecimiento de la calle Conde de Aranda, situado en una casa palaciega de ensueño. Allí tiene su tienda en la planta baja, donde ofrece una amplia variedad de artículos relacionados con la cocina, el servicio y la decoración de la mesa pero sobre todo un abanico de productos gourmet que te hacen la boca agua: quesos, embutidos ibéricos, foie, salsas, infusiones, aceites, vinos, panes, dulces... Sus bolsas y cajas de regalo que puedes encargar a través de la web se distribuyen por toda España. 
En el piso de arriba, al final de la escalera señorial está el comedor pequeñito y acogedor. Te recomiendo que reserves con tiempo y mejor para una comida o una merienda, ya que cierran a las nueve y media. Cristina Oria presume de ofrecer lujo a precios razonables y es cierto que todo está cuidado al milímetro, desde el mobiliario hasta el más mínimo detalle del servicio de mesa. El ambiente es más bien refinado, el típico lugar donde quedan para comer los grupitos de amigas tras de una mañana de compras por el barrio. Y yo con mi camiseta y mis vaqueros más gastados seguro que no pego allí ni con cola. En casa me arreglo más pero cuando viajo siempre voy de trapillo porque mi maleta se ciñe a lo esencial; si a eso le añades que mi punto de fusión, como buena asturiana, anda por los treinta grados, hazte cargo, no esperes que me maquille y me suba al tacón en Madrid en pleno verano.
Como buena cocinera educada en Francia, Oria ha hecho del foie su buque insignia, tanto es así que en 2011 su foie mi cuit a los tres vinos con gelatina de Sauternes ganó el primer premio en Madrid Fusión. Reconozco que el foie me encanta, aunque si algún día lo prohíben no seré yo quien se atreva a protestar porque respeto a los animales y su sistema de elaboración no es muy ético que digamos. Entretanto seguiré tomándolo con placer culpable. Vamos con " Nuestro foie mi cuit con dos tipos de gelatinas y pan de pasas y nueces." Aunque la casa recomienda maridarlo con Sauternes yo prefiero una copita de cava.
Seguimos con la "Tabla de salmón de dos cocciones con blinis, salsa de eneldo y mantequilla"; la presentación en forma de flor no puede ser más esmeralda y la forma de trabajar el salmón no le va la zaga. Para terminar nos decidimos por un plato caliente, las patitas de bogavante con panko. Desgraciadamente estas alturas ya estaba demasiado llena para probar la tarta de limón, especialidad de la casa; me dio mucha pena pero a la vez  me proporciona la excusa perfecta para visitar Cristina Oria en mi próximo viaje a Madrid.
CRISTINA ORIA
C / Conde de Aranda, 6
MADRID
Reservas:  914356621

domingo, 1 de abril de 2018

Williams, rumbo a Grand Canyon


¡Buenos días! El día empieza temprano en Williams, Arizona, si no madrugas te vas a perder parte del espectáculo. Espero que hayas descansado porque nos espera una jornada movidita.
Así que antes de nada una parada en el Diner Goldies route 66 para tomar un desayuno de campeones bajo en nutrientes y rico en grasas saturadas: tostadas francesas con fresas y nata para el caballero y waffle con sirope de arce para la señora. 
Todo ello acompañado de café estilo americano/aguachirri con "leche de avión", ya sabes, donde fueres haz lo que vieres. Luego ya tendrás todo el año para desayunar copos de avena ecológica.
Ya con la barriga bien llena nos dirigimos a la estación de ferrocarril para ver el consabido espectáculo del Oeste con disparos, peleas entre sheriff y cuatreros, caballos que agachan la cabeza y tiran a sus jinetes al abrevadero...
De acuerdo que el show no puede ser más tópico, pero sigue funcionando igual de bien que en los tiempos de Buffalo Bill divirtiendo a los niños de hoy y también a los de ayer. ¡Hasta yo me saqué una foto con el vaquero guapo!
Justo después, a las 9.30 sale el Grand Canyon Railway, una de las maneras más populares de visitar el Cañón, sobre todo para las familias con niños.
Consiste en un recorrido de 130 millas, dos horas y cuarto y otras tantas de vuelta por la orilla sur del cañón, todo ello en trenes históricos y con la compañía de actores caracterizados que amenizan el viaje con historias y canciones.
Otra forma de entrar en el Parque Natural Grand Canyon es por carretera en tu propio vehículo, con total libertad para caminar por la zona e ir disfrutando de las vistas desde los muchos miradores dispuestos a lo largo de la ruta.
Si tienes poco tiempo, te agobia el calor o no eres aficionado a las caminatas, hay una tercera opción, que es la que yo escogí y que recomiendo a todo el que quiera disfrutar de Grand Canyon en todo su esplendor.
Y no es otra que sobrevolarlo en avioneta, o mejor aún, en helicóptero, ya que por sus características puede descender a la garganta del río Colorado para verlo con detalle a través del frente y el suelo de cristal. Si puedes siéntate al lado del piloto; es me encanta ver cómo accionan el joy stick, con esa desenvoltura del que conoce bien su trabajo; que en vez de pilotando una nave se diría que está echando una partida de Prince of Persia en el sofá de su casa.
Los vuelos salen de un pequeño aeropuerto comercial cerca de la entrada del Parque, y como son bastante frecuentes, lo normal es que no tengas que esperar más de media hora para despegar.
El viaje que yo escogí, de unos cincuenta minutos, te muestra las orillas Sur, Este y Norte. Viendo las fotos, creo que las palabras están de más. Grand Canyon, con su gama de colores, su inmensidad, las aguas turquesas del río Colorado en el fondo, no se parece a nada que yo haya visto antes. Sin duda, es una de esas cosas que hay que ver al menos una vez antes de morir.
Si eres de los que te gustan los datos, para que te hagas una idea:  1500 metros de profundidad, 446 km de longitud y 1700 millones de años de antigüedad, casi nada...
Una vez finalizada nuestra aventura aérea aún puedes llegar a la vecina Flagstaff antes de la hora de la comida, y si el vuelo ha despertado el piloto frustrado que llevas dentro, te aconsejo que visites Planes of Fame.
Este museo de la aviación, situado en la población de Valle, justo en el cruce entre Williams y Flagstaff está regentado por una simpática pareja de hippies dicharacheros, ya entrada en años, que te recibirán con café recién hecho y los brazos abiertos.
Cuenta con una amplia colección de aviones de diferentes  épocas, vehículos militares y documentación. Gracias a la dedicación de los voluntarios, muchas de estas reliquias aún funcionan y participan en exhibiciones de clásicos  por todo el país.
El día toca a su fin y es hora de retornar a Williams para pasar nuestra última tarde. Mañana continuaremos ruta, a donde la Mother Road quiera llevarnos.