Me acabo de dar cuenta de que llevamos ya unos cuantos posts sin salir de viaje, que es lo que más me gusta del mundo.
Esta mañana me he acordado de una mañana de Domingo de verano, como hoy en la que viví una de las experiencias más bonitas de mi viaje a Japón, hace ahora justo un año.
Me encontraba visitando el santuario tokyota Meiji-Jingü construido en 1920 en honor de los emperadores Meiji y Shöken, bueno en realidad el actual es una reproducción del original que fue destruido durante la segunda guerra mundial, lo que no lo hace menos majestuoso.
El caso es que, sin contar con ello, me encontré con que era día de bodas y tuve ocasión de ver no una, si no cuatro bodas tradicionales.Esto es lo bueno de viajar a tu aire, en un viaje organizado me habría perdido este espectáculo, pero cuando eres dueño de tu tiempo y viajas sin agenda fija, puedes pararte a observar cualquier cosa que te llame la atención, y os aseguro que esto, para el ojo occidental, es francamente pintoresco.
Me llamó especialmente la atención esta boda mixta, en que aunque el padrino llevaba un kilt escocés tanto el novio como las mujeres de su familia lucían kimono mientras algunas de las invitadas de la novia japonesa vestían a la occidental.
Para mí, lo más bonito de una boda japonesa son los kimonos de seda de las invitadas, que además de costar un dineral, muchas veces son verdaderas joyas que se heredan de generación en generación. Los de las mujeres casadas son negros y los de las solteras, de todos los colores del arco iris.
En cuanto a las novias, cada vez son más las que visten a la europea, bueno, lo que ellas consideran europeo, que es una versión merengue de lo que llevamos aquí. Ninguna novia española en su sano juicio llevaría un vestido fucsia a los Sissi Emperatriz o mil capas de tul.
Ni que decir tiene que a mí me gustan más las novias tradicionales, con sus kimonos blanco, el obi bien ajustado y ese capuchón blanco que cubre la cabeza, el equivalente a nuestro velo,que más tarde se retira para mostrar el vistoso peinado cuajado de postizos y flores, toda una obra de arte digna de una geisha.
La novia camina a pasitos cortos y casi siempre del brazo de alguien, ya que las varias capas del kimono, apretadísimo en la zona de las rodillas y los tobillos no les dejan mucha libertad de movimientos.
Antes de decir nada, haz memoria y pregúntate si te las arreglabas para ir sola al baño el día de tu boda... Reconozco que ¡yo no!
Si hablamos de bodas, es obligado hablar del ideal de belleza femenina japonés. Las novias niponas nunca lucen escotes, la nuca se considera la parte más sexy del cuerpo.
El rostro va maquillado en tonos muy claros, en realidad una tez pálida es objeto de deseo para cualquier japonesa. Allí se dice que una piel blanca oculta siete defectos, así que para las mujeres huir del "sol naciente" se ha convertido en una obsesión.
Hay en el mercado todo tipo de cremas, sombrillas con filtro solar, pamelas, viseras gigantescas, guantes de algodón, manguitos negros, cualquier cosa para evitar que el sol deje su huella. Nunca verás una mujer japonesa esperando al sol a que el semáforo se ponga en verde, toda precaución es poca.
En cuanto a la boda en sí, la ceremonia es muy corta y reservada para la familia más allegada. Incluye un rito de purificación, la lectura del código de ética de Meiji, la bebida ritual de sake y el intercambio de anillos.
Los japoneses tienen dos religiones, la sintoísta, que rinde culto a los kami o espíritus de la naturaleza. El santuario sintoísta se distingue por arco tradicional situado a su entrada, el torii.
La otra es el budismo, que llegó a las islas en el siglo VI, las dos se practican por igual. De hecho se dice que el japonés nace sintoísta y muere budista, porque este último es el rito elegido en el momento de la muerte.
Pero sintoísta, católica, protestante o civil, una boda es una boda, y todos somos iguales ante los momentos importantes de la vida. ¿No es cierto?
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