jueves, 19 de febrero de 2015

Deep fried Oreo, Coney Island

El post del lunes pasado sobre el Mermaid Parade me ha hecho recordar una polémica que surgió en la oficina este verano. Hablábamos de la gran variedad de exquisiteces que se pueden encontrar en los chiringuitos de Coney Island: perritos, calamares fritos, almejas rebozadas, hamburguesas, gambas a la gabardina, pizza...
Entonces le comenté a mis compañeros que mi bocado favorito era, con mucha diferencia, las galletas Oreo rebozadas y fritas que había probado en un puesto de Deno's Wonder Wheel. La mitad arqueó las cejas con incredulidad y la otra mitad mostró sus dudas sobre si eso, en caso de existir, podía estar bueno.

Francamente, esos comentarios me ofendieron en lo más profundo de mi ego gourmand porque si de algo puedo presumir es de ser experta en comida basura. Así que les prometí que en mi siguiente viaje a Nueva York volvería con fotos de esta delicatessen y aquí tenéis la prueba de que cumplí con mi dulce promesa.
Mi compañero de viaje no es nada aficionado al dulce, y las raciones eran de tres unidades, así que no me quedó otro remedio que merendarme las tres, hay que ver las cosas que hago por vosotros...
No conozco la receta exacta porque no contemplo hacerlas en casa, pero si tenéis interés podéis encontrarla en internet. Aunque pueda parecer extraño los americanos consideran las Oreo un producto tradicional como nuestras torrijas o las rosquillas de anís, un clásico de su cultura que lleva en sus hogares desde 1912.
Básicamente la deep fried Oreo es una especie de buñuelo con una galleta Oreo dentro. Lo que la hace realmente única es que te las fríen en el momento y te las sirven calentitas y con una tonelada de azúcar glas por encima. Con el calor de la freidora las partes blanca y negra de la galleta se quedan blanditas y adquieren una textura cremosa que se funde en la boca.
Desde el punto de vista nutricional se me ocurren muy pocos alimentos menos sanos y más artificiales que una galleta Oreo; y si a esto le añadimos la fritanga y el azúcar añadido seguro que se convierte en una bomba de relojería prohibida por la OMS.
No es que yo apruebe este tipo de alimentación para la vida diaria. Soy de las que se leen todas las etiquetas del supermercado y hasta me hago en casa el pan de molde por miedo a la fructosa oculta del comprado.
No obstante, de vez en cuando, merece la pena darse un capricho y afortunadamente Brooklyn queda a muchas horas de avión de mi casa. Poder ir todos los domingos ¡sería un verdadero problema!

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