El título de esta novela de Hanif Kureishi me viene al pelo para describiros cómo me siento estos días. Estoy preparando un viaje a Londres para dentro de un mes; así que ando loca buscando apartamento, coordinando vuelos, rezando para que se alejen las cenizas del volcán islandés... Eso me ha traído recuerdos de todos los veranos que pasé en la capital británica en mis tiempos de estudiante y me he puesto un poco nostálgica.
En el verano de COU, me encontraba haciendo unos cursos de inglés en Oxford y unas amigas y yo decidimos tomar un tren a Paddington para pasar el Sábado en la ciudad.
Apenas tuve tiempo de visitar el Museo de Cera y comprarme mis primeros Dr. Marteens en Carnaby Street, pero en aquella visita relámpago Londres me cautivó para siempre.
Direis que una mocosa de diecisiete años es fácil de impresionar, y teneis toda la razón, ya que por aquel entonces ni siquiera conocía Madrid. Pero no sólo se trataba del encanto de una ciudad grande, era algo más: la sensación de haber encontrado un hogar a muchos kilómetros de mi casa, un lugar al que yo podía pertenecer. Y para ser sincera, con mi color de pelo y de tez, nadie se daba cuenta de que era extranjera hasta que no abría la boca.
A partir de entonces, y durante muchos años, tuve la firme convicción de que algún día terminaría viviendo allí. Volví muchos otros veranos, casi todos los de la Universidad y aunque nunca me quedé definitivamente, guardo recuerdos imborrables de aquellos días.
Compartir piso con una amiga, jugando a ser mayores por primera vez; cambiar los castellanos y la austriaca de niña buena por botas militares y chupa de cuero, tatuarme, encontrar el amor verdadero tres veces por semana, alimentarme de fish & chips y pizza de una libra para gastarme todo el dinero en ropa y cerveza... En resumen, aprender a vivir, o al menos hacer unas prácticas de la vida. En Londres hice todas esas cosas que uno debe hacer antes de los veinte, porque no tiene sentido hacerlas después de los cuarenta. Hoy, viendo estas fotos y repasando el plano del metro, las estoy reviviendo todas.
Para mí la ciudad se ha quedado congelada en los tiempos del grunge, así que no sé muy bien lo que me voy a encontrar; será un shock descubrir la Tate Modern, el London Eye y todas las sorpresas que me aguardan, pero también echaré de menos las cosas que han desaparecido para siempre, como mi bar favorito o mis amigos de entonces.
Este verano, cuando vuelva a cruzar Leicester Square quince años después, cuando me tumbe en la hierba de Hyde Park o me tome una pinta de cerveza, seguro que me acordaré de Natalia y Mónica, y de los buenos ratos que pasamos juntas.
Nota: Te lo advierto: ¡Ni se te ocurra juzgar mis fotos! ¿qué pinta tenías tú en los noventa?
Me encanta... me he emocionado todoa.
ResponderEliminarPor las fotos no te preocupes son lo mas... y esos pantalones a rayas creo a ver tenido yo unos muy parecidos.
Disfruta de tu viaje.
Bs
Bueno, si una diseñadora da el visto bueno a mis looks, ya me quedo más tranquila ;) Por cierto, tu vestido del globo me encanta, ¡parece de Alicia!
ResponderEliminarAy Evi, Evi...lo único que demuestra ésto es lo bien que te conservas pa lo pronto que empezaste a tomar pintas...y supongo que la diferencia Avilés-Londres que encontrarás seguirá siendo la misma que hace 15 años: TOTAL...
ResponderEliminarEspero artículo comparativo pa la vuelta.