En casa de mis padres no se tira nada, lo que significa que al abrir cualquier cajón corres serio peligro de que se te cuelen en el alma treinta años de recuerdos. Esta tarde, sin ir más lejos, ha aparecido esta reliquia, mi primer pasaporte.
Corría el año 1980 pero recuerdo, como si fuera ayer, mi orgullo al estampar aquella firma que llevaba un par de días ensayando y también mi sorpresa cuando me dijeron que aquel librito tan fino tenía que durarme cinco larguísimos años. Yo pensaba, secretamente, que mucho antes de que caducara estaría repleto de cuños y habrían de darme uno nuevo.
Lo cierto es que, como ya habréis sospechado, al final casi todas las hojas se quedaron en blanco, pero lo importante es que ya había prendido en mí la ilusión de conocer el mundo. A mis seis tiernos añitos, sin haber leído a Carmen de Burgos, ya opinaba como ella que "si fuera rica no tendria casa, tendría una maleta".
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