domingo, 16 de febrero de 2014

In memoriam Tula

Reconozco, Tula, que a mí no me parecía de recibo gastarse un dineral en un cocker con pedigree habiendo tantos chuchos en la perrera que necesitan un hogar. Sin embargo, nada más verte metida en aquella cesta, una señorita con los ojos pintados, supe que seríamos grandes amigas. Y eso que al principio eras gruñona y retadora como tú sola, pero enseguida comprobamos aliviados que sólo eran travesuras de cachorro y afloró ese carácter dulce y noble que nos enamoró a todos.
Nadie le preguntó a Moncho y Amparo si querían un perro, llegaste por sorpresa en vísperas de Navidad, un complot de Rafa y Mosk, que encontraban la casa vacía y tristona tras la muerte del gato Misha. Amparo, madraza por encima de todo, dijo algo así como: "Yo no quería otra mascota, pero ya que está aquí y es tan bonita..." y automáticamente te acogió en su seno como a una tercera hija. 
A Moncho te costó un poco más conquistarlo, tuviste que seguirlo por toda la casa cinco o seis días, poniendo carita de buena y lanzándole esas miradas tuyas que derretían un iceberg, hasta que al fin no le quedó otra que rendirse. Desde ese momento y hasta el final fuiste la niña de sus ojos.
Para mí eras mi "ahijada", porque sin ser de la familia eras mi favorita, el perrín que los Reyes nunca me trajeron de pequeña. Para Rafa eras su "bailarina" por la forma en que meneabas el culete al oír las palabras mágicas: "correa" y "playa", que parecías la reina del Carnaval de Río. Porque mira que te gustaba ir a Salinas, deslizarte dunas abajo, cavar hoyos en la arena tan grandes que cabías dentro y volver a casa con una piedra como trofeo.
Tu pequeño jardín era tu castillo. En él reinabas persiguiendo jilgueros y lagartijas y tirándote a la bartola al sol del mediodía. Ni perros ni niños eran bienvenidos en tus dominios, que jamás quisiste novios ni competencia que te hiciera sombra. El cartero estaba en tu lista negra, pero del panadero aceptabas algún que otro soborno en forma de bollo preñao. En verano dormías en la caseta, en tu colchón mullido, a resguardo de los vientos. Con la primera helada te retirabas a los cuarteles de invierno, ya se encargaba Amparo de llevarte a la cocina en cuanto empezaba a refrescar.
Nunca nos cansábamos de comentar tus monerías, cosillas que hacen todos los perros del mundo, pero que en ti se nos antojaban extraordinarias, prueba irrefutable de que eras más inteligente que Rintintín y Lassie juntos. Y lista sí que eras, que los dos únicos trucos que te sabías: "Siéntate" y "Dame la pata" los administrabas sabiamente a cambio de comida. Siempre andabas a la caza de alguna chuchería, el pienso siempre lo consideraste un plan B, para cuando no había otra cosa. Yo tenía la osadía de regañar a mi suegra "Amparo, esta perra está engordando" y luego era la primera en pasarte tajadas de jamón y queso por debajo de la mesa.
Nunca fuiste perro de juguetes ni pelotas, sólo tenías un muñeco, un monito de peluche al que llamábamos la niñina de Tula. Lo tenías casi pelado de tanto darle lametazos. Y es que eras tan cariñosa que nos tenías a todos en el bolsillo, familia, amigos, vecinos, no había nadie que no te quisiera. 
Cuando tus dueños estaban de vacaciones montábamos un dispositivo para que no estuvieses sola. Yo me iba corriendo a verte en cuanto salía de la oficina  para encontrarte, la mayoría de las veces, en casa de la vecina, que ya te había dado un yogur para merendar. Algún fin de semana dormiste en mi casa, a los pies de la cama. El sábado por la mañana aprovechaba para pasearte orgullosa por Avilés, deseando encontrarme con algún conocido que me dijese lo guapa que eras.
Tula, estos trece años a tu lado se me han pasado volando, por eso cuando el sábado te vi tan malita me pilló desprevenida, me parecía mentira que llegase tan pronto el momento de separarnos. Pensé que nos quedaba más tiempo de estar juntas pero no me quiero poner sentimental porque tú me dabas una lección de alegría todos los días y me demostrabas lo poco que hace falta para ser feliz en esta vida.
No sé cómo será el Cielo de los perros. Yo te imagino en una playa interminable como la que sale en "To the Wonder"; eso sí, una en la que no haya temporada de baño para que puedas correr a tus anchas durante todo el año.

A ninguna de las dos se nos dan bien las despedidas, así que en vez de adiós prefiero decirte:
¡Hasta la vista, Tula!

4 comentarios:

  1. Que dura se hace esa situación, pero que que buenos recuerdos de los dulces momentos que nos dieron cuando estaban junto a nosotros, acompañando y haciendo la vida más agradable, tan sólo con su presencia.

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    1. Pues sí, Javier, veo que sabes bien de lo que hablo, te dejan muy triste pero merece la pena al cien por cien.

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  2. Chicas así hacen creer en el amor!
    Un fuerte abrazo, pareja.

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    1. Sin duda, tienen la habilidad de hacerte sentir la persona más especial del mundo.

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