La única ventaja de mi Ford Fiesta de principios de siglo es contar con un fantástico radio-cassette de serie en el que escuchar mis viejas cintas de camino a la oficina.
"Stop, mi hada, estrella invitada, víctima de desamor...
Stop, mi bruja, con tacón de aguja, olvida tu mal humor"
Tú, que ahora vas de hipster, apuesto a que también tienes un pasado ochentero de hombreras, guardapolvos y pelo cardado.
Tú has bailado con Tino Casal, y si no lo has hecho es porque eres insultantemente joven o no tienes sangre en las venas.
A decir verdad, a mí aquella época me pilló a la edad de jugar con muñecas y no de romper pistas, pero como tengo una hermana que me saca ocho años, el panorama musical de los ochenta me es bastante familiar.
Una reliquia de aquellos tiempos es la cassette "Etiqueta Negra", el segundo disco de Tino Casal, publicado en 1983.
Así que en cuanto leí en la prensa que el Museo del Traje de Madrid preparaba una exposición sobre el de Tudela-Veguín allá que me fui cámara en ristre; ya era hora de que alguien se decidiera a homenajear a este ilustre paisano mío para el que el apelativo "adelantado a su tiempo" se queda muy corto. "Tino Casal, el arte por el exceso" puede visitarse de forma gratuita hasta el 19 de febrero.
La muestra, comisariada por Juan Gutiérrez y Rodrigo de la Fuente y con un fantástico montaje a cargo de Artec, se ocupa de todas las facetas en las que destacó el artista. Incluye prendas de vestir de su colección particular, bisutería, diseños en cuero, esculturas, fotos y pinturas de artistas de la época.
Casal tuvo una vida corta pero ancha en la que además de desarrollar una carrera musical tocó muchos otros palos. Fue escenógrafo, decorador de interiores, escultor, pintor, productor y hasta diseñador de moda.
Llegó a Madrid muy jovencito, de la mano de su grupo de entonces "Los Archiduques", que le prometieron a sus padres llevarlo a misa todos los domingos.
La iglesia no sé si llegaría a pisarla, pero el chaval vio el cielo abierto al zambullirse en el ambiente bohemio y vanguardista que le ofrecía la capital. Pronto se integró en el círculo de personajes como: los Costus, Fabio Mac Namara o Pablo Pérez Mínguez.
Y para una vida como la suya, era necesaria una imagen única e impactante. Casal creó su propia iconografía: superposiciones, hombreras, estampados en leopardo, sombreros, flecos, grandes joyas en forma de salamandra. Todo ello contribuyó en gran medida a crear el personaje.
Era plenamente consciente de como el vestuario y la puesta en escena podían influir en su trabajo: "Si yo quiero vender mis discos, tengo que tener una imagen que responda a lo que está sonando". "Cada día me aburro de mi imagen pero no puedo cambiarla al ritmo que quisiera, porque el mercado español no lo asimilaría".
Un concepto éste que ya dominaban los británicos Bowie o Boy George creando su propio personaje y reinventándose en cada disco, pero que en España era totalmente innovador y seguramente no fue ni comprendido ni valorado como se merecía.
Casal se movía por Londres como pez en el agua, frecuentaba las boutiques más punteras, como la mítica Biba, compraba prendas ya de por sí innovadoras y las customizaba a su gusto. Sus trajes son un legado maravilloso de lo que fue el postmodernismo y el glam, de una de las décadas más locas y divertidas de nuestras historia reciente.
Una de las partes más emotivas de la exposición es la gran pantalla en la que se proyectan de continuo los videoclips de Tino Casal, con una puesta en escena de lo más sofisticada para aquellos tiempos.
El fotógrafo y yo nos quedamos un buen rato allí de pie, en silencio, reviviendo recuerdos del adolescente y la niña que fuimos en los ochenta.
El lunes de camino al trabajo le daré la vuelta a la cinta, porque por no tener no tengo ni auto-reverse:
"Etiqueta negra, porque negro es mi color,
etiqueta negra, nunca sopla el viento a favor..."
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