Reconozco que soy muy cuadriculada y que me gusta planear mis viajes de antemano, pero la Ruta 66 es otra historia, esto va más de ir a donde la carretera te lleve. Así que si ves un desvío con un cartel en medio de la nada que anuncia un pueblo fantasma a cuatro millas, déjate llevar y seguro que te encuentras con algo interesante, o al menos curioso.
Chloride es un pueblo minero del condado de Mohave, Arizona fundado en el año 1860. Sí, los estadounidenses a eso lo llaman histórico. Todo depende de con qué lo compares, yo nací en una villa que tiene mil años, supongo que todo es relativo.
Chloride vivió algunas décadas de esplendor gracias a los mineros que llegaban atraídos por el plomo, las turquesas, el zinc y oro que escondían sus tierras. Con la bonanza vino el ferrocarril, el famoso Santa Fé Railway extendió sus vías desde la vecina Kingman para dar servicio a este pueblo floreciente.
En sus mejores tiempos llegó a tener una población de dos mil habitantes con su saloon, su cárcel, su estación y su gasolinera. Ahora no es ni sombra de lo que fue pero conserva mucho encanto para el visitante.
En la actualidad este pueblo, que llegó a estar casi abandonado, sobrevive gracias a haberse convertido en una atracción turística y la práctica totalidad de sus trescientos habitantes son jubilados.
Desde que hemos llegado no nos hemos cruzado con nadie, lo que acrecienta esa imagen de pueblo fantasma que ya de por si dan la hierba agostada y las casas abandonadas. Si esto fuese una peli de vaqueros ahora es cuando empezaría a sonar la música de suspense y en breve empezaría el tiroteo. Será mejor que vaya quitando el seguro de mi revólver por si las moscas.
Mientras yo me monto mis películas del oeste el fotógrafo, en su línea, ya ha entrado a inspeccionar el que parece el único bar abierto. Me hace señas desde la puerta, como diciendo "Ven a ver esto, vas a flipar".
Desde fuera el sitio parece bastante friki. Entro sin muchas expectativas; al fin y al cabo en cualquier sitio se está mejor que en la calle bajo el sol de Arizona. Venga, me tomo una Coca-Cola al toque y nos vamos.
Nada más entrar ya he decidido que la visita va a durar más de cinco minutos, este local merece la pena, vaya que sí, de hecho mola un montón.
El interior de Digger Dave's, que así se llama el garito, es una oda al horror vacui, un templo de los adoradores de Diógenes. Aquí Marie Kondo se pondría las botas.
No queda un centímetro libre ni en las paredes ni en el techo, El Digger Dave's es como un decorado, un homenaje al Far West y la cultura popular americana: matrículas de diferentes estados, banderas, anuncios, sombreros de cowboy, cabezas de vaca y hasta una silla de montar.
A juzgar por los carteles y las fotos el sitio debe estar animado los fines de semana, con música en directo y barbacoa. A estas horas intempestivas la cosa está tranquila, "La Creedence" suena en la jukebox y los parroquianos se cuentan con los dedos de una mano, o sea, que hay cinco.
Nos sentamos en la barra enfrente de tres moteros de cincuenta y tantos, dos hombres y una mujer. Moteros de los de toda la vida, no de esos que se compran una Kawasaki para pasar la crisis de los cuarenta; estos son de los de cuero, bandana, tripa cervecera y Harley-Davidson. Nos saludan con un movimiento de cabeza y siguen comiendo una especie de engrudo verde a cucharadas, del color del guacamole, pero más líquido.
A mi derecha hay un par de currantes con ropa de trabajo y gorra de béisbol cubierta de polvo. El que tengo justo al lado enseguida se dirige a mí y me estrecha la mano con energía: "Hola, soy x y este es mi amigo y. No sois de por aquí ¿verdad?" Y en cuanto le digo que somos españoles "¿Qué hacéis tan lejos de casa?"
Ya decía Oscar Wilde que la vida imita al arte pero... ¿son imaginaciones mías o este diálogo parece sacado de una novela de El Coyote? Hazte cargo, es la primera vez que me aventuro por la América profunda; no tardaré en darme cuenta de que no es que los americanos hablen como en las películas, es que casi todas las películas que veo están rodadas en América y allí la gente es así.
Desde detrás de la barra, Dave, supongo, nos pregunta qué queremos tomar. Son las once y media pero la autorestricción de no beber alcohol antes de la una queda suspendida en vacaciones. Además en España son las cinco de la mañana, una hora estupenda para una cerveza.
"One Bud", y como el fotógrafo abandona su idea inicial de pedir un refresco a pesar de que va a conducir luego... "Make it two"(que sean dos), porque yo meto ese tipo de frases coloquiales siempre que puedo. Me pregunto cómo sonarán dichas por una extranjera, supongo que como los guiris cuando intentan ponerse castizos, es decir, ridículo. Aun así por intentarlo que no quede.
Dave nos sirve las cervezas, heladas, y nos lanza un puñado de bolsas de Doritos Tex-mex para acompañar, cortesía de la casa. Cuando estoy de viaje soy bastante lanzada así que al rato ya estoy en animada conversación con todos los presentes.
Pregunto si puedo hacer unas fotos y Dave me dice que por supuesto, que fisgue todo lo que quiera y que no me vaya sin visitar la tienda/museo; me explica que la han montado "las niñas", supongo que sus nietas, para sacarse unas perrillas. Tres artículos por cinco dólares.
La tienda es un cuartucho lleno de papelachos amontonados sin orden ni concierto pero que para mí son tesoros tipo partituras de crooners de los cincuenta y postales antiguas de Palm Springs. Me cuesta decidirme, me gusta todo. Al final cojo tres cosas casi al azar pero Dave se niega a cobrármelas, así que me despido con una buena propina y todo mi agradecimiento.
Me quedaría toda la mañana pero se hace tarde y hay mucho que ver en la ruta. Ya no recordaba la solana de afuera, nos subimos corriendo al coche y conectamos el aire. Seguro que en la carretera aún nos esperan muchas sorpresas antes de llegar al hotel.
Después de esta experiencia en el Digger Dave's he tenido la suerte de recorrer muchos kilómetros por las comarcales de Estados Unidos y me he encontrado otros locales y otros pueblos de este estilo. No obstante recuerdo con cariño esa primera cerveza en un lugar perdido de Arizona.
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