jueves, 15 de marzo de 2018

Williams, AZ, la puerta de Grand Canyon

Casi no me he movido desde la última vez que nos vimos en Chloride, sigo en Arizona, apenas unas millas hacia el Este. 
Hoy te invito a conocer Williams, en el condado de Coconino, un pueblo fundado en 1881 cuyo centro urbano está incluido en el registro nacional de lugares históricos. 
Con  tres mil habitantes es una población tranquila y apacible de esas donde se aparca a la primera y la gente deja su pick up con las llaves puestas cuando va a hacer la compra.
Sin embargo, durante todo el año y sobre todo en los meses de verano, Williams recibe a miles de turistas en sus numerosos hoteles para disfrutar de sus principales atracciones.
Qué tiene de especial, te estarás preguntando... Para empezar está en la ruta 66 y puede presumir de ser el último pueblo alcanzado por la nueva autopista, la interestatal 40 allá por el año 1984. 
Pero no te creas que solo los moteros encuentran alicientes en Williams, el pueblo está rodeado de naturaleza, un paisaje virgen donde acampar, pescar, organizar caminatas o visitar Bearizona, un refugio de vida salvaje de 140 acres.
También da la casualidad de que esta población es la más cercana a la entrada Sur de Grand Canyon, uno de los lugares más populares de Estados Unidos que recibe la friolera de seis millones de visitantes cada año. No en vano Williams lleva con orgullo el sobrenombre de "puerta del Grand Canyon".
Williams tiene magia para cualquiera de aquellos niños que nos sentábamos frente a la tele cada sábado a ver la peli de "Sesión de tarde" , que casi siempre era de vaqueros. Mi padre, a pesar de sabérselas todas de memoria, no perdía ripio, ¡pobre de aquel que se atrevía a llamar por teléfono en medio de una escena mítica de John Wayne!
Aquí saben bien el tirón que tienen las leyendas del lejano oeste y lo explotan sabiamente en sus locales ambientados en la época del western, sus coches de caballos conducidos por cowboys y sus tiendas de recuerdos, donde puedes encontrar desde artesanía india hasta tiras de carne seca a modo de snack.
Este ambiente artificial fabricado para los turistas, lejos de molestarme, me divierte mucho. El tándem Williams-Grand Canyon me recuerda mucho al que forman en mi tierra Cangas de Onís y los Picos de Europa. Cangas ofrece al foráneo una Asturias de cartón piedra, de vacas y monteras piconas, que no es la realidad de casi ningún asturiano pero que al visitante le resulta entrañable.
Al contrario que la cercana Flagstaff, un destino ideal para gente joven con profusión de bares y vida nocturna, Williams es un pueblo familiar, un remanso de paz. Eso no quita que las calles se animen y se llenen de música al caer la tarde.
Ya duchados y con ropita limpia podemos disfrutar de un paseo por la calle mayor y de un helado o un batido gigante en el establecimiento de Dairy Queen, una de mis franquicias favoritas donde comer esas porquerías en las que los estadounidenses son expertos.
Ya puestos a saltarnos la dieta, por qué no cenar unas costillas con salsa barbacoa y unos palitos de queso en el diner's Cafe 66 al son de la música country.
Antes de volver al hotel, una visita a "La Sultana" es prácticamente obligatoria. Este bar presume de ser el primer local con licencia para servir alcohol de todo el estado de Arizona. Durante los años de la prohibición fue un speakeasy.
Ahora simplemente en un lugar donde disfrutar de la cerveza local Grand Canyon rodeado de lugareños y de una insólita decoración compuesta por botellas de licor antiguas, cabezas de ciervo y ¡un león de montaña disecado!
Son las diez y media, una buena hora para retirarse a reponer fuerzas para poder madrugar al día siguiente. Hazme un favor, si estás haciendo la Ruta 66 pasa al menos una noche, aunque solo sea una, en "ese motel".
Si eres un forofo de las series y el cine negro ya sabes de sobra a qué motel me refiero. No te discuto que habrá alojamientos mucho más lujosos y más bonitos, pero éste es el auténtico, sin te vas sin pasar por él la experiencia de la ruta no está completa.
Está pintado de azul pálido y el exterior está adornado con fluorescentes rosa que crepitan de una forma inquietante mientras parpadean a punto de fundirse. Y esto no es literatura por tópico que parezca, yo lo he vivido. La piscina, por supuesto, está vacía y agrietada en el fondo.
La habitación está dotada de máquina de hielo y kitchenette; la cama luce una colcha de estampado insólito que se da de patadas con el dibujo de la moqueta. Sobre la mesita hay un teléfono antiguo con muchos botones y en cajón superior, cómo no, una Biblia.
El Motel El Rancho, que así se llama, es ese lugar donde podría vivir alguno de los personajes de "Me llamo Earl", donde se alojaría el detective que investiga un crimen y donde cualquier gangster de medio pelo podría "desaparecer unos días hasta que se tranquilicen las cosas".

Por todos estos motivos, nada más ver las fotos del "Motel El Rancho" en Booking supe que ése era mi sitio...
(continuará)

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